La paz de la montaña
Pronto estaremos, de nuevo, unos días respirando aire puro de la montaña. Recorriendo lugares del Pirineo. Acercándonos a los pueblos de los valles del Pallars. Visitando rincones de la Memoria Histórica, caminos por donde tantos refugiados pasaron, escapándose del horror de la guerra. Caminos escarpados donde la nieve y el hielo del invierno no lo debía poner nada fácil a los pobres que huían del hambre, la miseria y el horror de los actos asesinos de quien bajo un uniforme militar se excusaban para traicionar a quien hiciera falta y sacar lo peor del interior de la raza humana. La naturaleza no lo pone nunca fácil a los que lo han perdido todo y quieren rehacer la vida en un lugar en paz. Mar o montaña, nieve o tormentas, noche o día, frío o calor. Seguramente en los extremos tenemos el ejemplo de que todo es posible y sólo lo superan aquellos que, con mucho esfuerzo, dolor y un poco de suerte, no se han echado atrás y encuentran la luz en algún rincón del mundo. Hacemos caminatas, algunas fáciles y cortas, y otras más difíciles y complicadas. Disfrutamos del agua fría del río, nadando contracorriente ahora que el río ya se ha desahogado lo suficiente en primavera y baja con un caudal que no te arrastra. Subimos montaña percatándonos de que, por muy difícil que sea la subida, con ritmo, pequeñas pausas y la ilusión de llegar a la cima, somos capaces de conseguirlo. Eso sí, con buen calzado y un poco de entrenamiento. Si lo haces en buena compañía mejor que mejor, pues la conversación se hace fluida en las paradas. Qué paz cuando llegas a la cima donde hay estanques de agua cristalina y helada. Y que rápida es la bajada, pero que peligrosa cuando las piedras resbalan y bajo las suelas ponen a prueba tu equilibrio. Tierra, musgo seco, piedras grandes planas, redondas, abultadas, senderos mojados por el agua que proviene de cascadas, de fuentes, de arroyos. Piedras teñidas por los minerales que abundan en el corazón de la montaña. Brincas, resbalas, clavas los palos con destreza para que sean de ayuda y no estorbo. Quítate las dragoneras, oyes decir por quien se preocupa de ti y cree que una caída, con ellas puestas, puede tener peores consecuencias. Y tú sigues mirando el suelo, levantando la vista ahora sí ahora no, pues con los palos te sientes segura. Y ves tantos detalles en la montaña, que te hacen parar y disfrutar de ella cada vez que la flora y la fauna silvestre te sorprende, que es muy a menudo. Y no puedes evitar sacar instantáneas con la cámara fantástica del móvil. Y haces de aquella bajada, que dicen más corta que la subida, se alargue lo suficiente para despedirte muy satisfecha. Y así es como volverás del descanso de unas vacaciones con el espíritu renovado, con la ilusión de haberlo conseguido y con la intención de volver otra vez. Emprender la montaña no es demasiado diferente que emprender tu trabajo profesional, si este te gusta. Hasta pronto.